La educación que recibimos en nuestra infancia y el tipo de relación que establecemos con nuestros padres deja profundas huellas. Todo parece indicar que las consecuencias de las críticas en la infancia no se limitan al plano psicológico sino que incluso alteran la configuración del cerebro.
Neurocientíficos de la Universidad de Binghamton han descubierto que cuando los padres critican excesivamente a sus hijos, se afectan las zonas cerebrales dedicadas al procesamiento de los estados emocionales ajenos.
Los niños que son víctimas de críticas constantes evitarían centrarse y procesar las expresiones emocionales de enfado, disgusto o incomodidad de sus padres para no experimentar los sentimientos aversivos que estas generan. Como resultado de esa mutilación del sistema de procesamiento emocional, tampoco son capaces de notar las expresiones positivas de los demás.
Para lograr que la crítica sea constructiva para los niños, se dice que por cada crítica se necesitan cinco elogios. Y lo cierto es que nunca viene mal una de cal y otra de arena. Por tanto, no hay que limitarse a resaltar lo negativo, debemos reforzar las características positivas del niño.
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